Las mujeres en la Iglesia sinodal
El pasado 4 de mayo cerramos el ciclo de conferencias titulado "El rostro femenino de la Iglesia" con la presencia de la teóloga laica Cristina Inogés Sanz quien disertó sobre las mujeres en el tiempo de la sinodalidad.
Transcribimos a continuación el resumen que gentilmente nos ha proporcionado Cristina:
Las mujeres en la Iglesia sinodal y no la mujer como suele ser habitual, porque muestra que en la Iglesia no hay sólo un modelo de mujer, no hay una sola realidad de mujer, ni una única forma de actuar de las mujeres. Somos muy diferentes, en contextos distintos, con realidades variadas, y la vida de cada una es, en sí misma, muy dispar.
La irrelevancia eclesial de las mujeres es dramáticamente problemática por la contradicción que existe con el evangelio, porque nos coloca en una posición irrelevante, y totalmente contraria a la realidad del trato que recibimos de Jesús e, incluso, a la realidad de la primitiva Iglesia.
En este momento estamos entre dos aguas porque y, todavía, dependiendo de la decisión de una persona. La cuestión del sacerdocio femenino sigue siendo un asunto pendiente, pero la realidad ha cambiado, sobre todo en su argumento. Porque la reivindicación ya ha perdido -si alguna vez la tuvo- el acento del poder al estar en condiciones de acceder a puestos de gobierno, tras la entrada en vigor de Praedicate evangelium, sin otro requisito que el bautismo y una buena preparación teológica.
Nadie puede negar que es un paso de gigante, el hecho de que todo el pueblo de Dios pueda participar en la Asamblea de obispos del próximo mes de octubre, y que el trabajo que tenemos por delante no es poco porque, si os habéis fijado, en la mayoría de titulares se especificaba que también las mujeres podrían votar. Si la posibilidad era para todos los laicos, ¿por qué había que concretar que "también las mujeres"?
Pese a todos los cambios y sorpresas, la realidad es que las mujeres seguimos estando en el margen de la Iglesia. Es un lugar teológico privilegiado que nos permite, a las mujeres puesto que vivimos en él, ponernos al servicio del movimiento de extroversión de la Iglesia en el mundo, porque desde ahí podemos aportar la palabra y la perspectiva, el lenguaje de los tiempos y la consideración de los signos de los tiempos como señales del hacerse presente de Dios en la historia.
La voz profética de las mujeres que, como he dicho no es fácil ni cómoda, sin embargo es profunda y deja un sólido poso al que se vuelve con el tiempo. Por eso, sin prisa, pero sin pausa, debemos ir dejando en el aire preguntas -siempre hay más preguntas que respuestas- que permitan ser reflexionadas en el transcurso del tiempo.
Debemos plantearnos como objetivo el debate intraeclesial porque su ausencia deriva de la falta de una auténtica opinión pública de los creyentes católicos. Los términos unidad, fraternidad, comunión, muy buenos por lo que prometen y son en esencia, se han convertido demasiado a menudo, en la Iglesia en palabras escudo, utilizadas para evitar cualquier forma de discusión. Y el debate intraeclesial es más que necesario ahora.
Con nuestra voz profética en este momento tenemos que ser responsables para denunciar una cuestión de la que se habla, sí, pero no tanto como se debería y sobre todo, en la que la acción es todavía muy timorata, si se me permite la expresión y que va estrechamente ligada a un aspecto de la Iglesia sinodal que es esencial. Ese aspecto es la transparencia.
Y con transparencia hay que hablar con toda claridad de la realidad de los abusos de todo tipo en la Iglesia -abusos espirituales, de conciencia, laborales, sexuales, y de su raíz, el abuso de poder-. En este momento ayudar a las víctimas, dar voz a las víctimas, ayudar a crear cauces de escucha, es uno de los actos proféticos más inquietantes, provocativos, descentralizadores, y radicales, que se pueden llevar a cabo.
Para creer lo que somos -mujeres adultas en la fe- necesitamos estar preparadas y, para ello, es necesario que el acceso a la formación teológica no dependa para nada del gusto de los obispos, ni de los párrocos, ni de las superioras o provinciales en las congregaciones religiosas.
La formación teológica –que no es catequesis- es un derecho de todo cristiano y hay que presentarla de manera que se den las mayores facilidades para ello.
Nuestra disposición al diálogo tiene que ayudar a hacer realidad la encarnación de modo original en cada lugar del mundo con sus peculiaridades y la riqueza de la gracia.
El clericalismo no se rompe con el simple deseo de hacerlo y lo mismo sucede con el jerarquismo que constituyen las dos caras de una misma moneda. Ambas realidades deben ir curándose desde su más tierna infancia y esa infancia empieza en los seminarios y en las casas de formación para la vida religiosa. Sólo cambiando esa formación, con la presencia de mujeres, será posible ir terminando con lo que supone el principal problema para la realidad de las mujeres en la Iglesia.
El modelo manipulado de María, sólo como mujer obediente, es un insulto para las mujeres y para la propia María que, antes del sí, dialogó con el enviado del Señor, es decir y según costumbre de la época, con el mismo Señor por él representado. Se puede ser obediente, sí, pero, no sumisa sin criterio.
Ensancha el espacio de tu tienda (Is 54,2), dice el lema de la fase continental del Sínodo que se clausuró en marzo y, todos hemos interpretado lo de ensanchar solamente de ahora en adelante. Sin embargo, es necesario también ensanchar ese espacio de la tienda mirando al pasado, y un pasado agradecido a tantas mujeres que nos han precedido dejando su esfuerzo, su ser Iglesia sin ningún derecho por su condición de mujeres, y que no figuran en ningún tratado de Historia de la Iglesia.
Nota: por el interés suscitado incluimos la dirección de la web del sínodo: www.synod.va